jueves, 1 de julio de 2010

Subida al Veleta, 26 de Junio de 2010. No hay quinta mala.


Subida al Veleta, 26 de Junio de 2010. No hay quinta mala.Subir en bicicleta hasta los 3000 metros de altitud es algo que siempre impone. Se mezclan sensaciones como el afán de superación, el espíritu de aventura, el reto de la naturaleza y el disfrute de sensaciones como las maravillosas vistas al valle o la brisa fresca y pura de montaña, que en verano es especialmente agradable.

Era mi quinta subida hasta el Pico Veleta en la prueba cicloturista del mismo nombre, además de un par de ascensiones por libre, que realicé hace años. Esta prueba, aunque aparentemente corta, presenta un desnivel acumulado de 2300 metros (este año), similar al de otras cicloturistas de 150 kilómetros, pero ni un solo kilómetro de bajada. Todo es subir, un interminable puerto con pendientes que no llegan a ser excesivas, pero que no dan tregua a lo largo de 38 kilómetros, pasando del cálido valle del Genil hasta la sensación extrema de las cumbres más desabrigadas.

Este año la cima del Veleta presentaba tal cantidad de nieve acumulada que la Organización tuvo que prescindir de los dos últimos kilómetros. Aun así, para llegar a la zona donde se instaló la meta tuvimos que superar algunas zonas umbrías donde la nieve se acumulaba a ambos lados, que las máquinas quitanieves habían convertido en preciosos desfiladeros blancos.

En la salida nos encontramos un numeroso grupo de ciclistas de la Sierra Sur de Jaén. Acabábamos de entrar en el cajón de salida y nos estábamos haciendo unas fotos cuando pasó a nuestro lado Alejandro Valverde, invitado de honor a la prueba. Ni corto ni perezoso, mi amigo Jaime cogió a Alejandro por los hombros y lo puso a posar con nosotros para la foto. El pobre Alejandro, con su sonrisa permanente, no puso ni una objeción y se dejó arropar. Fue muy emocionante para nosotros contar con semejante compañero en la foto. Gracias, Alejandro!!

En la salida charlé un rato con Víctor, un ciclista madrileño que había viajado solo, por primera vez en su vida, para hacer esta marcha. Al final me encontré con él en un par de puntos más, y terminó comiendo con nosotros al final de la ruta.

Aunque conozco muy bien la subida, siempre le tengo mucho respeto al Veleta. En casi todas las ocasiones que he subido, he sufrido algún momento de bajón físico. Recuerdo la pájara que me afectó en 2008 entre los kilómetros 10 y 20... Aunque me recuperé después, perdí mucho tiempo con respecto a otras ediciones. Esta vez venía bien concienciado. Sabía que tenía que comer y beber espaciadamente y no estaba dispuesto a dejar pasar ningún avituallamiento, aunque las paradas debían ser cortas.

Desde el principio cogí mi propio ritmo, dejando pasar las ruedas de Jaime, Nono, Manolo Villegas y Paco Arjona, porque ellos tienen otro ritmo y me sacarían de punto. Adelanté a los ciclistas de montaña de El Ronquillo, capitaneados por Rafael Vizcaíno, uno de los héroes del Veleta, participante fijo desde hace un montón de ediciones, siempre luchando contra sí mismo. Sus crónicas son conocidas en el mundillo del Veleta, y en varias ocasiones le han dado un premio por su coraje, pero esa es otra historia. Mantuve un promedio de 11-12 kms/h durante los primeros 15 kilómetros de ascensión, acoplándome a diferentes grupos. La subida fue más o menos como siempre, con grupos de abnegados y abnegadas acompañantes apostados en las cunetas, animando al paso de sus familiares y amigos. El primer avituallamiento llegó muy rápido, me sorprendió porque me encontraba bastante bien. La verdad es que no había forzado nada, por mi propia decisión de subir al ritmo que me marcara mi cuerpo. Ni lento, ni rápido. Paré brevemente y seguí hacia arriba. En mi camino entablé fugaces conversaciones con compañeros circunstanciales de ruta, como un ciclista con una reclinada que tenía pinta de pesar una barbaridad.

Durante la subida fui adelantado en varias ocasiones por varios ciclistas que usaban bicicletas con apoyo eléctrico y se paraban al poco rato. Se ve que eran de una empresa que utilizaba la prueba como escaparate publicitario.

Esperaba el avituallamiento en las inmediaciones de Pradollano, pero este año no había. Parece que la Organización había suprimido este punto para reagrupar dos avituallamientos en uno, y lo había instalado en la zona de los albergues, a 2500 metros de altitud, justo antes de la barrera que da paso al parque natural. Este es el punto clave de la etapa. La verdadera dureza de la prueba se siente por encima de la barrera. El piso bacheado, la pendiente y la altitud comienzan a pesar de una manera tremenda.

Al cruzar la barrera me volvió a adelantar una de las bicicletas eléctricas, pero alguien de la Organización obligó al ciclista a darse la vuelta, porque tenía orde de "no dejar pasar ningún vehículo a motor". No tengo muy claro que se le pueda prohibir el paso a una bicicleta con batería y motor eléctrico en un parque natural. Al fin y al cabo, no es un motor de explosión, no hace ruido y no contamina. Realmente no lo entiendo, pero el ciclista no quiso crear polémica y acató las órdenes.

A partir de aquí ya sabía lo que quedaba, una interminable sucesión de curvas con asfalto deteriorado, enormes baches, socavones, grietas, grava... vamos, lo que sería una prueba de ciclocross, con la dificultad añadida de una pendiente que ahora se hacía cada vez más dura, con tramos al 13%. Pero el hecho de que hubieran eliminado los últimos dos kilómetros me hizo subir con bastante confianza. Me había alimentado bien y subí a un ritmo aceptable, aunque en algunas curvas veía que mi velocidad descendía hasta los 8 km/h. Pero las sensaciones no eran malas. Es, sencillamente, que mi estilo y mis capacidades no son las de un escalador. No hay que darle más vueltas. Subo lento. Es mi velocidad "crucero" y punto.

Los kilómetros pasaron deprisa, apenas tuve tiempo de fijarme en la ermita de la virgen de las Nieves, una construcción peculiar, de forma triangular, que siempre me llama la atención. Me sorprendió gratamente no encontrar viento al llegar a la arista de la montaña. Seguramente era la primera vez que podía ver el barranco sin la sensación de vértigo incrementada por las rachas de viento que siempre soplan por esos lares. Las cosas estaban saliendo demasiado bien, todo parecía muy fácil, no podía creérmelo.

Como siempre, adelanté a algunos ciclistas que sufrían calambres en ese punto, y a 3 kilómetros de la cumbre me adelantaron varios compañeros de mi comarca con bicicletas de montaña, bastante mejores escaladores que yo. No me preocupó, yo me sentía bien y ya estaba casi arriba. La entrada a meta fue mucho más cómoda que en ediciones anteriores, y cuando me entregaron el chubasquero de regalo tuve la sensación de haber hecho mucho menor esfuerzo. Como si me hubiera sabido a poco. El tiempo de 3h27m era mi mejor registro de mi vida, aunque si lo ponderamos con los dos kilómetros que faltaban, yo creo que hubiera marcado un tiempo total de 3h39, que no era tan bueno. De todas formas, esto era lo de menos, y en todo caso, más que aceptable para mis pretensiones actuales, con el entrenamiento que me permite un trabajo sedentario, la familia y los 40 años que cumpliré este verano.

Hacía bastante frío. El chubasquero me vino muy bien para bajar hasta la estación de Pradollano, donde la Organización había montado una fiesta con comida final más que aceptable. Me sorprendió por la cantidad y variedad de comida, mucho mejor que en ocasiones anteriores. En mi opinión, un sobresaliente para Mamut Sierra Nevada, la empresa que gestiona la prueba.

Me alegro mucho de haber cumplido otro año más con esta cita en Granada. Sin duda, el año próximo volveré.

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