miércoles, 25 de septiembre de 2013

Yo no he venido aquí a sufrir

Sufrimiento, esfuerzo, sacrificio... palabras nada atractivas (especialmente la última, con ese aire retro-religioso que siempre me sugiere) que, no sé por qué motivo, la gente se empeña en asociar a un deporte como el ciclismo, tan noble, tan personal, tan... ¡artístico!

Un día me lo explicó mi amigo Agus. El ciclismo, para nosotros, más allá de los consabidos adjetivos que tanta gente le aplica y por encima de todo, es arte. Porque, según la Wikipedia, el arte "es entendido generalmente como cualquier actividad o producto realizado por el ser humano con una finalidad estética o comunicativa mediante la cual se expresan ideas, emociones o, en general, una visión del mundo". 

Y qué otra cosa es, para mí, el ciclismo, sino la mejor forma que he encontrado de expresarme y transmitir a los demás mis sensaciones, mis sentimientos, mi capacidad de superación (que no de sufrimiento), y en ocasiones también la forma de liberarme de mis miedos, mis debilidades, mis pequeñas frustraciones. 

En el pelotón se establece un código de conducta en el que cada uno juega su papel. La generosidad, el egoísmo, la solidaridad, la empatía, y también el rechazo, la incomodidad... se pueden experimentar todas estas emociones y alguna más. 

Pero yo quiero hablar específicamente de una clase de ciclismo muy especial, el del ultrafondo. Cuando uno participa en una prueba ciclista de resistencia, las emociones se pueden mezclar, llevándolas a un límite agónico, exacerbado por el agotamiento físico, mayor cuanto más grande y prolongado es el esfuerzo que se desarrolla. En condiciones límite, las personas tienen una capacidad de llegar más allá que ni ellas mismas conocen. Muchas veces uno no es consciente de lo que está haciendo hasta que cierta distancia física y temporal le permiten valorarlo. Y entonces uno se conoce mejor, y se siente reforzado.

La exploración interior y personal que nace de estas experiencias místico-deportivas, se manifiesta hacia el exterior con "finalidad estética o comunicativa", en forma de exposiciones de fotografías o vídeos, conversaciones, relatos de batallitas y recuerdos que quedan con el tiempo. Los lugares donde se ha estado, los hitos que se han conseguido, las maravillosas escenas que todo lo adornan y dan sentido a la aventura, como los amaneceres y las puestas de sol, o incluso la lluvia azotando los labios y los rayos de sol que nos deslumbran tras la lluvia, mientras un impresionante arco iris se eleva a un lado del camino... Esto, sin duda, es lo más parecido a la definición de "arte" con la que comenzaba este artículo.

Esta mezcla de sensaciones físicas y experiencias íntimas es la que me engancha a seguir practicando este deporte y buscar nuevas metas que perseguir, especialmente en el mundo de las pruebas de larga distancia.

Sin embargo, para la mayoría de la gente, que no se ha parado a reflexionar ni entender estas cuestiones, el ciclismo es simplemente un deporte de "superhombres" capaces de hacer cosas "sobrehumanas". Desde que se mitificó a Induráin calificándolo de "extraterrestre", la mayoría de la gente cree que uno sólo puede montar en bici si es un portento físico, y además va vestido de lycra y equipado como un marciano. No hay calificativos que hayan hecho mayor mal al "ciclismo" -tal como yo lo entiendo- que el de "esforzados de la ruta", o "héroes", como se solía denominar a los ciclistas hace veinte o treinta años. 

Es frecuente que te adelante un coche y te griten desde la ventanilla "¡¡Vamos!!" o "¡¡Campeón!!" cuando te ven subir un puerto. Sin embargo, yo no me siento ningún héroe. Y aunque ocasionalmente pueda estar sufriendo en el sentido físico por el esfuerzo necesario para superar la subida, lo que predomina sobre todas las sensaciones y en todo momento es la satisfacción de estar realizando una actividad placentera, que me gusta y que me reporta grandes beneficios. Siempre intento mantener mis sentidos alerta para, a pesar del cansancio, no dejar de percibir la belleza del entorno a través de mis sentidos. Realmente puedo estar disfrutando aunque me esté costando un enorme esfuerzo. Y me gustaría, por encima de todo, transmitir esa imagen placentera del ciclismo, muy por encima de la del sacrificio con el que muchos lo identifican. Sin embargo, sería verdaderamente inusual que alguien me gritara desde su coche algo así como: "¡¡¡Disfruta!!!".

Por desgracia, en las pruebas ciclistas típicas, los participantes están tan obsesionados por el resultado deportivo que no tienen espacio para disfrutar. Están enganchados a la adrenalina de la competición y se obsesionan con las últimas técnicas de entrenamiento, alimentación, material, etc... Hacen todo lo posible por bajar diez puestos en una clasificación y disfrutan contando cómo les duelen "las patas" en una prueba por intentar seguir la rueda más fuerte, sin recordar apenas si han pasado por un bosque mediterráneo o por un hayedo. Se valora la "capacidad de sufrimiento" que tienen.

Sin embargo, he conocido algunos ciclistas que, tras pasar por experiencias estresantes en competición, un día decidieron el ciclismo "randonneur", un estilo diferente, sin clasificaciones ni premios, y se engancharon a ella. Como yo mismo. Sin sensaciones negativas como sacrificio y sufrimiento, pero sí con "capacidad de superación", lo cual es muy diferente. Y siempre con una máxima ineludible: que no me olvide de disfrutar.


Información y crónicas sobre ciclismo randonneur en los siguientes enlaces:



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