Era  mi única oportunidad para conseguir la homologación de 300 kms esta  temporada. Un leve dolor en mi tendón de Aquiles derecho me tenía algo  preocupado, pero creía que no sería mayor problema. Sin embargo, 300  kilómetros son muchos, quizá demasiados.
En  la línea de salida de Algete, como siempre, a las seis de la madrugada  estábamos los habituales; unos 60 ciclistas, la mayoría expertos en  rutas de ultrafondo. Se preveía una jornada larga y calurosa, como así  fue. Sin embargo, a estas horas de la madrugada corría una brisa fresca  que aconsejaba empezar con manga larga.
Roberto  y Eduardo, con las reclinadas, decidieron intentar hacer la ruta a un  ritmo superior al nuestro, y se marcharon por delante desde el comienzo.  Eduardo y Antonio tenían intención de hacer doblete, con el 200 de  Salamanca el domingo, así que se lo tomarían con calma. Agustín, como es  habitual en él, sin prisa alguna. Y yo, un poco renqueante, prefería ir  tranquilito. Así conformamos el grueso del Pakefte los cuatro ciclistas  que haríamos toda la ruta juntos.  
Hasta  el amanecer el tiempo pasó rápido. Recordé sensaciones de años  pasados.  El excitante pedaleo nocturno, el reguero de luces rojas, los  destellos de los reflectantes, la incipiente luz del amanecer a nuestra  derecha, la Sierra Norte de Guadalajara a la izquierda... y el frío, que  a las horas del alba siempre se vuelve especialmente duro y penetrante  por estas tierras castellanas (al menos para mí).
Esta foto es del otro Eduardo, sacado desde atrás por Roberto:
 
 
 
Casi  todo era igual, excepto la presencia de algunos de mis compañeros, ya  que esta vez éramos muchos menos que en otras ocasiones. Seguramente  porque la brevet de 300 tiene dos ingredientes que la hacen  especialmente desagradable: la "carretera del éxtasis" (los últimos 15  kilómetros antes de Sigüenza),  con un asfalto indigno del siglo en que  vivimos, y la llegada a meta atravesando la ciudad de Alcalá de Henares y  diversos pueblos vecinos, por carreteras siempre atestadas de tráfico y  poco amables para los ciclistas. No obstante, los cuatro ciclistas  vestidos de azul "pakefte" representamos dignamente a nuestro grupo,  marcando una velocidad bastante constante y siempre muy cerca de las  últimas posiciones del grupo, nuestro sitio natural en estas lides. 

Durante  muchos kilómetros fuimos jugueteando con el grueso del grupo de Pueblo  Nuevo, ciclistas también tranquilos y veteranos. Esta vez la nota  musical fue de Agus, que lo mismo ponía a Paco Ibáñez que a Tahures  Zurdos, pasando por diversidad de bandas sonoras, música clásica y un  poco de flamenco. Para todos los gustos. Llegamos a la conclusión de que  la música nos estimulaba en las subidas, pero no me quedó claro si para  ir más deprisa o más despacio...
La  salida del sol fue el momento que inspiró una de las conversaciones más  interesantes del día. Me dio por recordar la teoría de las tormentas  solares que supuestamente afectarán al planeta durante el año 2012, y  que podrían suponer serios daños para la vida tecnológica tal como la  conocemos. Mis compañeros no habían oído hablar de esto, así que se lo  comenté someramente, con la promesa de explicárselo mejor mediante  enlaces periodísticos o científicos más detallados. Pues bien, ahí van  algunos:
Los  kilómetros pasaban, y el sol se elevaba despacio hacia el cénit, así  que mis compañeros llegaron a la conclusión de que, en cualquier caso,  lo mejor era terminar las brevets para poder hacer la París-Brest-París  este año, por si acaso en 2016 no se celebrara...
Paramos  lo justo y necesario en el primer control de Jadraque, junto con los de  Pueblo Nuevo, y continuamos la marcha hacia Atienza, según Antonio el  punto más alto de la ruta. Como si después no hubiera que subir más.  Craso error.
Poco después del control la temperatura subía, y aproveché el comienzo de uno de los mini puertos para pasar a la manga corta. 
En  el camino a Atienza nos cruzamos con Roberto y Eduardo, que ya volvían  del bucle con sus espectaculares bicicletas reclinadas. Creíamos que nos  habían sacado más distancia, pero no era así. Claro que quedaba mucho  día, al final llegaron más de dos horas por delante de nosotros. 
La parada en Atienza, en la gasolinera, fue bastante breve. Cocacola de máquina y acto seguido a la fuente a repostar.
En  el camino a Sigüenza, a partir del kilómetro 100, empecé a notar  molestias en el tobillo, que se hacían más intensas progresivamente. Los  baches de Sigüenza se me clavaban como cuchillos. La temperatura estaba  ascendiendo considerablemente  y el calor empezaba a hacer mella,  incrementando el dolor de forma alarmante. 
Esta  vez la carretera estaba pintada con una línea discontinua amarilla,  como si estuviera en obras, pero seguía botando igual. La subida hasta  el collado desde donde se divisaba Sigüenza me fue haciendo descolgarme  poco a poco, y llegué bastante mal al pueblo. Me pilló la barrera del  paso a nivel y eso me retrasó unos minutos más, lo cual hizo a Agustín  volver a buscarme. Me encontró.
 
 
El  descanso en el parque de Sigüenza fue reparador. La comida y la bebida  siempre hacen milagros, pero esta vez hubo un milagro añadido, la pomada  "Radiosalil", que me dejó amablemente Antonio, y que hizo desaparecer  en gran medida mi dolor de tendón.
Mis  compañeros me hicieron observar que quizá llevaba el sillín muy alto,  ya que oscilaba mucho al pedalear. Pero lo que me ocurría es que llevaba  el pie rígido, para no extenderlo y así evitar que el dolor se  incrementara. 
Seguimos  pedaleando por terrenos conocidos, con algunas pendientes importantes  como la salida de Sigüenza o el puerto de Mirabueno. Desgraciadamente  este año no había que pasar por Las Inviernas, donde siempre parábamos  en una espectacular fuente de agua fresca. En su lugar, tomamos rumbo a  Masegoso de Tajuña y paramos en un bar algo desarbolado. Allí el calor  era espectacular, de pleno verano. Todos, incluidos los del Pueblo  nuevo, que llegaron casi al mismo tiempo, compramos botellas de agua de  1,5 l. Casi acabamos con las existencias de agua del bar.
 

El  terreno desde Masegoso era favorable. El año pasado rodamos por el  valle del Tajuña a un ritmo endiablado, haciendo más de sesenta  kilómetros en dos horas. Pero esta vez el viento soplaba en contra y mis  fuerzas estaban bastante mermadas. Agustín propuso luchar contra el  viento haciendo relevos de un kilómetro. Yo no me veía en condiciones, y  les pedí que me dejaran ir a cola. Eduardo hizo un gesto inmediatamente  que interpreté como "ponte a mi rueda y a callar". Así lo hice. Durante  veinte kilómetros fui cómodamente adosado al grupo, en silencio,  mientras ellos hacían todo el trabajo. Esto me permitió recuperarme y a  la altura de Valfermoso ya me sentía un poco mejor, con capacidad para  ayudar, así que empecé a entrar en los relevos, aunque algo más cortos  que los de ellos. Cómo se notaba, apenas superábamos los 26 ó 27 km/h,  pero entre todos se llevaba mejor.

Pasamos  la espectacular sede de los Hare Krishna y seguimos descendiendo por el  valle hasta Armuña de Tajuña, en cuya plaza nos refrescamos y comimos  un poco. Yo me permití subirme a la fuente para sumergir mis pies en  agua fresca. ¡Qué descanso!
 
En  Aranzueque comienza la última subida importante, hasta Pozo de  Guadalajara. Ahí directamente me quedé descolgado y fui subiendo como  pude, sabiendo que estábamos cada vez más cerca de meta. Pero no iba  bien. Un gel me permitió recuperarme un poco y acabé la subida  dignamente.
A  falta de treinta kilómetros a meta, Eduardo dijo que tenía hambre y  todos celebramos la idea de parar a cenar, aunque nos retrasáramos en la  llegada. Es más importante llegar que llegar pronto. Nos entretuvimos  más de lo deseable, pero retomamos la marcha mucho más fuertes, ahora  con luces y reflectantes. 
A  partir de Daganzo la cercanía de la meta nos hizo sacar fuerzas de  flaqueza, comandados por un Eduardo pletórico, escoltado por Antonio y  Agustín, que subían a toda máquina mientras yo sufría y juraba en  hebreo, pegado a duras penas a alguna de sus ruedas. Pero no estaba  dispuesto a quedarme atrás, de noche por esas carreteras...
Al  final llegamos a Algete casi a las 10 de la noche. Mi segundo 300,  mucho más duro que el anterior, y con un montón de aprendizajes para mi  incipiente carrera de randonneur...
Al  final, según mi GPS, han salido 301 kms con 3100 metros de desnivel  acumulado, a 22,6 km/h de velocidad media y más de 10500 calorías  consumidas.
Epílogo:
Quiero  pedir disculpas a mis compañeros por haber sido algo imprudente al  afrontar la prueba sin estar en condiciones físicas adecuadas, ya que de  haberme lesionado realmente, los hubiera puesto en un compromiso  delicado. Y por supuesto, estoy satisfecho de haber sabido aceptar y  agradecer su gesto desprendido, tirando de mí en el Tajuña, lo cual  tiene un valor especial porque tradicionalmente ese es mi mejor terreno y  es donde ellos hubieran esperado mi ayuda.